domingo, 14 de noviembre de 2010

Marrakech, la ciudad insomne

Una escapada de tres días es suficiente para darse cuenta de por qué Marrakech, pese a no ser la capital de Marruecos, es el destino preferido para los turistas que visitan el reino alauita. El color anaranjado de sus edificios es la seña de identidad de una ciudad cuyo embrujo oriental de fantástica arquitectura islámica y mercados tradicionales – en concreto, el más grande del país – se funde con comercios y locales de ocio a la altura de cualquier gran urbe occidental.

Un gran teatro llamado Djeema El Fna

La Medina – declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco - vive sus horas más intensas con la caída del sol, cuando cientos de personas se convierten en participantes de ese gran espectáculo que es Djemaa El Fna, seguramente una de las plazas más concurridas de África. Sus puestos de comida ofrecen una calidad aceptable, aunque sin grandes pretensiones, y la posibilidad de sentirse como un marroquí más, una integración que se agradece después de un día rodeado por hordas de turistas. Una opción económica para la cena, sobretodo si se tiene antojo de pescado, un producto no muy habitual en la mayoría de restaurantes de la zona.

Inmerso en la dinámica de la plaza, uno no alcanza a hacerse una idea de su majestuosidad. Para ello, lo mejor es tomarse un refresco o helado en cualquiera de las terrazas que la rodea. Entre ellas, una a destacar, la del Café Glacier, fundado en los años 30 del siglo anterior y por el que han pasado personajes tan dispares como Churchill y el pintor francés Matisse. Un lugar privilegiado desde el que respirar vaho con olor a especia al son de los tambores bereberes.

Además de lugares archiconocidos e imprescindibles de ver como La Menara, el Palacio El Badi o las Tumbas Sadíes, la ciudad imperial cuenta con un barrio judío, el Mellah, construido para albergar a la población que fue expulsada de España en el siglo XV. Merece la pena darse una vuelta por sus laberínticas calles, sin olvidar el mercado de las especias, el más antiguo del barrio, y echar un ojo a su aparentemente olvidado cementerio pero que cuenta también con lápidas de fechas recientes.

Más allá de las murallas

Al oeste de la ciudad, en torno a la Plaza 16 de noviembre – fecha del regreso de Mohamed V y su familia del exilio- se desarrolla otra urbe caracterizada por altos edificios de modernos, apartamentos custodiados por tiendas de grandes multinacionales como Inditex, cuyos escaparates lucen las mismas prendas que se pueden adquirir en cualquiera de sus sucursales europeas. Sirva como curiosidad que muchos de los artículos de venta en estos comercios son fabricados en este país.

No muy lejos se sitúan los Jardines Majorelle, que dan nombre a la tonalidad de azul que cubre buena parte de su arquitectura. Recuperados en los años 80 por el diseñador Ives Sant Laurent, albergan en su interior, no sólo una rica colección de especies botánicas, sino también el Museo de Arte Islámico. Un oasis de paz en medio del árido y caótico Marrakech.

Quienes piensen que Marrakech sólo son zocos y mezquitas está muy equivocado. Podría decirse que en la ciudad conviven dos sociedades cuya única semejanza a simple vista radica en el idioma. Una, en su mayoría comerciantes, en la que es Islam dirige cada parcela de su vida, desde su estética hasta sus formas de diversión nocturna, alejadas del culto al alcohol. Otra, un sector de la población no tan mayoritario pero bastante visible, consumidor de ropa y accesorios de primeras marcas y asiduo a restaurantes y discotecas construidas con gusto exquisito siguiendo las tendencias occidentales, incluso en lo que a “combinados” se refiere. Un contraste bastante frecuente en la mayoría de capitales y grandes ciudades islámicas y a menudo relacionado con el poder adquisitivo, del que el viajero puede dar cuenta si se deja caer por el Bo Zin, máxima expresión del glamour en estas latitudes a ritmo de “hits” europeos y ambiente chill out.

Por suerte, y pese a los embistes de la globalización, La Ciudad Roja aún se encuentra lejos de perder sus señas de identidad. Cuando uno llega a ella lo hace buscando esa esencia oriental de las `Mil y una noches´ y no se siente defraudado. Cada paso por sus calles se mira con los ojos de un niño, con la curiosidad de la primera vez. Como si de una mujer se tratara, tres días son suficientes para enamorarse de Marrakech, pero no para comprenderla. Helena Poncini Cardona

Si quieres saber más sobre el turismo en Marruecos visita este enlace:
- Oficina Nacional Marroquí de Turismo

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